jueves, 14 de enero de 2021

Fe.




Que no pierda nunca la capacidad de atravesar fronteras,

  con la mente y el alma.

Que no pierda la fe en la fuerza de la naturaleza,
 que es superior a la humana.
Que no pierda la fe en el triunfo,
 del bien sobre el mal.
Que no pierda las fuerzas,
 de hacer y rehacer.
Que no pierda la fe,
 en la vida y el amor.
Que no pierda la fe,
 en el tiempo que todo lo demuestra 
- y la luz que todo lo alumbra-

Que no pierda la fe en la verdad,
 que disipa la mentira y el engaño.
Que no pierda la fe en la bondad,
 que solo crece en corazones puros.
Que no pierda la fe en la justicia,
 que triunfa como energía inevitable.
Que no pierda la fe en la libertad,
 que nadie puede eliminar.
Que no pierda la Fe.
LK 2021-enero

miércoles, 13 de enero de 2021

La Casa de los abuelos

Obra realizada tecnica pincel con acrilico sobre tabla.
D'après: Cris Pardal
Reproducción Liliana Komisarski - 2019


 Pienso que uno de los momentos más tristes de nuestras vidas llega cuando se cierra para siempre la puerta de la casa de los abuelos.

Los encuentros con todos los miembros de la familia que enaltecen su linaje cuando se juntan como si de una familia real se tratase, llevando siempre por bandera a los abuelos, los culpables de todo.
Las tardes de alegría con tíos, primos, nietos, sobrinos, padres, hermanos e incluso novios pasajeros que se enamoran del ambiente que allí se respira.
Ni siquiera hace falta salir a la calle, estar en la casa de los abuelos es lo que todo el mundo necesitaría para ser feliz.
Los reencuentros en navidad que cada año que llegan piensas y si es la última vez? Cuesta aceptar que esto tenga fecha límite, que algún día todo estará cubierto de polvo y las risas serán un recuerdo de tiempos mejores.
El año pasa mientras esperas estos momentos y sin darnos cuenta pasamos de ser niños abriendo regalos a sentarnos todos los adultos en la misma mesa, jugando desde el postre del almuerzo hasta el aperitivo de la cena, porque cuando se está en familia el tiempo no pasa y el aperitivo es sagrado.
Las casas de los abuelos siempre están llenas de sillas, nunca se sabe si un primo traerá a la novia, a un amigo o al vecino, porque aquí todo el mundo es bienvenido.
Saludas a la gente que pasa por la puerta, aunque sean desconocidos, porque la gente de la calle de tus abuelos es tu gente, es tu pueblo.
Cerrar la casa de los abuelos es decir adiós a las canciones con la abuela y a los consejos del abuelo, al dinero que te dan a escondidas de tus padres como si de una ilegalidad se tratase, a llorar de risa por cualquier tontería y a llorar por la pena de los que se fueron demasiado pronto.
Así que si tienes la oportunidad de llamar a la puerta de esa casa y que alguien te abra desde dentro debes aprovecharla cada vez que puedas, porque entrar ahí y ver a tus abuelos sentados esperando para darte un beso es la sensación más maravillosa que puedas sentir en la vida.

Si resulta que ahora les toca ser abuelos, nunca pierdas la oportunidad de abrir las puertas a tus hijos y a tus nietos y celebrar con ellos el don de la familia, porque solo en la familia es donde los hijos y los nietos encontrarán el espacio oportuno para vivir el misterio del amor a los más cercanos y a los que te rodean.
Disfruten y aprovechen la casa de los abuelos.
*Se Desconoce al autor.

CUANDO LA SELVA LLORA de Luis Ángel Larraburu


 CUANDO LA SELVA LLORA

Luis Ángel Larraburu
Habitantes del interior de Misiones me han manifes­tado que la selva llora.
Sobre todo por las noches, cuando el silencio absoluto solamente es quebrado por los ruidos del monte que se transmiten como una explosión de vida.
- ¿Cómo es el llanto de la selva? pregunté.
- El llanto de la selva se asemeja a un leve y áspero crujir de maderas, con sollozos verdes que salpican partí­cu­las de lágrimas desde las hojas de los árboles. Su gemir se escucha desde muy lejos, en las profundidades recón­ditas de la frondosa vegetación. Durante su llanto, tam­bién imita el sonido de innumerables duendes profiriendo quejas y susu­rros. El estruendo de las cascadas se une al lamento con un sonido muy grave, casi aterrador…
- Y, ¿se puede saber por qué llora la selva? ¿Será por­que el hombre la está extinguiendo, poco a poco?
- Sí. Llora por eso, pero, fundamentalmente, no lo hace por presentir su propia muerte. Llora porque sabe que, con ella, también mueren las aves y los animales que viven en su entorno. También el hombre muere.
Integrantes de la comunidad aborigen Mbyá, sostie­nen otra versión: Dicen que la selva llora, porque lamenta “la ausencia del abá”[1].
[1]“Abá”: Indio - Aborigen